sábado, 30 de mayo de 2015

El sentido profundo de la Identidad


Una agradable coincidencia se produjo en estos días cuando luego de haber participado en México de un congreso sobre las identidades recibimos una de las mejores y más actualizadas revistas de pensamiento como la francesaKrisis que trata el tema de la identidad.
Esto nos mueve a volver escribir o reescribir aquello que venimos sosteniendo desde hace años para que, no ya en el ámbito reducido de un congreso sino en el mega ámbito de Internet, lo pongamos al conocimiento de muchos.
En realidad la pregunta por la identidad tiene que ser más bien la pregunta por las identidades. Así, si del mundo no hay una sola versión y visión sino varias según las ecúmenes culturales que lo constituyen, es lógico que estemos obligados a preguntarnos por las identidades y no por la identidad.
Aclarado esto, cuando hablamos de identidad, hablamos de identidades. Esto es, que cada uno la aplique a la suya.
No debemos buscar la identidad de hombres y pueblos en la repetición mecánica de lo idéntico. Ésta radica en la repetición ritual de modos, maneras y costumbres como lo hacen los centros tradicionalistas cuando desfilan o se visten de paisanos (charros en México, gauchos en Argentina, tiroleses en Italia o bretones en Francia). Eso no es malo, pero se está limitando al orden de la repetición. Es que la repetición tiene mucho de remedo, de mala copia.
La repetición los latinos la llamaban idem, lo igual, mientras que la identidad debemos buscarla en el ipse,en la búsqueda del sí mismo.
Las identidades de los pueblos y de los hombres no son algo pétreo, algo consolidado de una vez y para siempre, sino que se logra, se accede a ellas a través de la reencarnación de valores de generación en generación que forman parte de cada una de sus tradiciones. Las identidades son un hacerse cotidiano.
¿Qué es la tradición? No es juntar cosas viejas sino la transmisión de valores, de cosas valiosas de una generación a otra. Lo sustancial es lo que se transmite como valores, lo accidental es la forma o manera como esos valores se expresan.
La tradición se funda en valores y vivencias. Estas últimas son las experiencias histórico-políticas de un pueblo o de un individuo a lo largo de su vida, en tanto que los valores son, como dijimos, los actos o productos transformados en valiosos, porque en ellos se encarnó un valor. Así Iberoamérica posee vivencias que les son comunes como sus luchas por la emancipación en donde lo anglo americano es vivido como el enemigo y en donde la libertad es su ideal a lograr o valor máximo a realizar.
Para entender la identidad tenemos que partir del ipse,del ser sí mismos. ¿Y cómo somos sí mismos? Cuando nos preferimos a nosotros mismos, cuando no imitamos. Perón decía: “no seamos un espejo opaco que imita e imita mal”. La imitación es la que ha tintineado en toda la intelligentsia culturosa iberoamericana que piensa así: veamos qué está de moda, lo traducimos, lo presentamos, lo traemos, y lo adoptamos.
Este es el paso previo: erradicar el remedo, el ser un espejo opaco, la mala imitación. Preferirse a uno mismo es decir, voy a preferir los valores que hacen a mi tradición cultural que se expresa bien en una lengua, que es la lengua que yo hablo. La preferencia de nosotros mismos nace del acto primordial por el cual privilegiamos el nosotros a los otros.
Esto no quiere decir que reneguemos del otro, enseguida lo vamos a ver, sino que el acto primordial del acceso a la identidad es un acto de preferencia, que como acto valorativo, prefiere unos valores y pospone otros.
Pero la identidad no se agota en la preferencia de nosotros mismos, ese es el primer paso de acceso a ella.
Si bien nosotros pensamos y nos preferimos formando parte de tal o cual ecúmene cultural, de tal o cual identidad, eso es un acto subjetivo que tiene el valor de la convicción personal, pero no más. Es necesario entonces introducir la categoría de reconocimiento, que solo se logra si “el otro” me reconoce como tal. Por eso los viejos criollos nos enseñaban: nunca digas que sos gaucho, esperá que los otros te lo digan.
El otro o los otros juegan aquí, en este segundo momento, un papel fundamental pues es él o ellos quienes producen lo que la fenomenología llama la verificación intersujetiva, por la cual sabemos que una cosa es lo que es, y no un simple producto de nuestros deseos o de nuestra imaginación.
Ahora bien, dado que la preferencia de sí mismo es el acto primordial en la búsqueda del ipse, algunos autores despistados como André Lalande han sostenido que “le principe d´identité déclare la superiorité du même sur l´autre”, cuando en realidad lo que establece el principio de identidad a través de la preferencia de sí mismo es la diferencia, la distinción de uno con el otro, del sí mismo con el otro de sí, y no la superioridad de uno sobre otro
Gran parte de las taras de nuestra sociedad radican en la no distinción entre igualdad y diferencia.
Los hombres son iguales en dignidad pero naturalmente desiguales por estar dotados de diferentes talentos y caracteres. Esto lo ha tratado la filosofía desde siempre apelando a la noción de analogía que fue definida como parte idem, parte diversa.
Si ponemos el acento en la igualdad caemos en el igualitarismo que es una de las tantas construcciones ideológicas de la modernidad y si ponemos el acento en la desigualdad caemos en nominalismo tipo Ockam que nos lleva al error del univocismo.
Ciertamente que nosotros en la vida práctica política nos acercamos a remarcar las diferencias por sobre la uniformidad de mundo todo uno del pensamiento políticamente correcto. El enfrentamiento a la homogeneización del hombre y su cultura no tiene que hacernos caer en la disolución del hombre y su cultura. Así rechazamos tanto la definición del la identidad como “la de todos por igual“, como la de que “cada uno haga y se sienta lo que quiera“.
Desde la teología los hombres somos iguales en dignidad en tanto que hijos de Dios. Cristo vino a redimir a todos los hombres, no a algunos sí y otros no. Esta igualdad de derechos no tiene ni puede confundirse con el igualitarismo promovido por la modernidad en general y por la Revolución Francesa en particular. Ni atribuirle la culpa del igualitarismo moderno al cristianismo, porque eso es poner el carro delante del caballo.
Todo hombre es un animal rationale. La desigualdad de los hombres se da, básicamente, en sus actos y acciones, en sus elecciones y postergaciones, en sus valores y disvalores. El mundo no es un universo sino más bien un pluriverso en donde conviven varias ecúmenes culturales: la iberoamericana, la anglo sajona, la eslava, etc.
La desigualdad o mejor las desigualdades culturales son la raíz de la diferencia, y esta diferencia es la que nos hace ser “uno mismo”, la que nos da la identidad de ser y existir en el mundo. Tanto a título individual o como naciones, que como afirma el gran profesor español Dalmacio Negro Pavón son la mejor y más sana invención política de la modernidad. Cuando la querida Bolivia nos habla de un estado plurinacional con 36 naciones (que no incluye a los criollos que son la mayoría) produce un sinsentido, un desatino.
Las diferencias, del latín differre, ir por otro camino, buscan la caracterización en su ser, de un algo cualquiera que sea. Mientras que las distinciones están vinculadas con la separación, con la discriminación (perdón por semejante palabrota) de una cosa respecto de otra.
Cuando nosotros afirmamos que hoy el gran enemigo de las identidades el la propuesta del one World, de mundo uno con sus ideas de homogenización cultural bajo un solo modelo, la del dios capitalista del libre mercado, el de la sociedad de consumo que posee miles de medios pero que tiene confusos los fines, la del homo oeconomicus dolaris, lo que estamos haciendo es darnos cuenta que en la conformación de nuestra diversas identidades ha tomado primacía la visión y versión “del otro”, la de la ecúmene anglo sajona, con EEUU a la cabeza.
Es que la identidad no es una idea compleja como sostienen algunos autores sino que lo que es complejo es su acceso. Pues primero es la afirmación subjetiva de lo que somos, después el enraizamiento en una tradición nacional con la actualización de valores para finalmente buscar el reconocimiento del otro.
Y es en este último punto donde surge la verdadera complejidad para el logro de una genuina identidad. Algunos autores cuando llegan a este punto caen en la inocente actitud de hablar de “construcción dialógica de la identidad”, cuando en realidad no existe tal diálogo, pues el diálogo auténtico solo se da entre amigos, esto es: con el otro de sí mismo. Porque solo con el amigo se da el trato en igualdad, Aristóteles dixit.
Si buscamos la identidad en el diálogo entre ecúmenes diferentes lo que logramos es poner en marcha el mecanismo de dominación ya señalado por Hegel en la dialéctica del amo y el esclavo.
La identidad en esta instancia hay que buscarla en la explicitación de la relación dialéctica con el otro, evitando caer en la colonización cultural, hoy entendida como americanización por los europeos.
No podemos, filosóficamente hablando, conformar nuestra identidad más genuina en diálogo con los otros sino en tensión dialéctica con ellos, de lo contrario seremos dominados y terminaremos perdiendo nuestra identidad.

Por Alberto Buela

Fuente: Página Transversal

domingo, 24 de mayo de 2015

Nuestra Patria



Actualmente, y por desgracia, la palabra Patria está cargada de diversas connotaciones, en gran medida, negativas. Connotaciones que, siendo sinceros, son bastantes merecidas.

Por todos es sabido que el patriotismo, bajo el resguardo de la Iglesia, las clases privilegiadas y los partiduchos fachorros de turno, se adultera y se corrompe.

¿Cómo podemos extrañarnos de ver el rechazo que tiene el pueblo hacia España, si ésta, sólo se ha usado como escudo y parapeto para cometer las mayores atrocidades e injusticias?

¿Cómo podemos culpar a las masas populares de no sentir nada por España, si ésta, bajo regímenes partitocráticos ha sido degenerada y vilipendiada por las clases privilegiadas que mientras el pueblo sufría hambre y miseria, éstas veían sus riquezas y privilegios aumentar de forma desmedida e insultante gracias a las nuevas formas de neo-esclavismo capitalista?

Si hay algo, que ante los actuales sucesos, cobra vital importancia es - y este es el objetivo del artículo - definir de forma clara y concisa lo que verdaderamente es la Patria para los revolucionarios.

Debemos, antes que nada, desechar toda definición arcaica, retrógrada, antirrevolucionaria y reaccionaria. Alejados de aquellos que ven a España como un mal, una desgracia; alejados de aquellos que ven España como parapeto de sus inhumanos abusos y alejados de aquellos que, desgraciadamente, no ven ni sienten, nada por España; buscamos, en contraposición al resto, el sentido profundo, la esencia, de nuestra Patria.

Nuestro Patriotismo es, ante todo, un patriotismo revolucionario, profundamente social y enérgicamente hispánico; un patriotismo, en definitiva y como diría Ledesma Ramos, "rumbo adelante"...

La Patria, en la línea de lo que decían el maestro Ortega y Gasset, "proyecto sugestivo de vida en común", José Antonio Primo de Rivera "unidad de destino en lo universal" y en la línea de lo que también decía Ledesma Ramos del patriotismo como una "gimnasia revolucionaria", exige de nosotros, un patriotismo crítico y constructivo. Un patriotismo revolucionario, que frente al estatismo patriotero de la derecha fascistizada, tenga como objetivo de su quehacer diario, la construcción de una Patria libre y fuerte que sea para las masas populares una bandera liberadora y no, como en el sistema liberal demoburgués imperante, una bandera de resguardo de privilegios y abusos para unos pocos.

Este patriotismo debe estar alejado de toda ancianidad constituyente, lejos de toda reacción.

La actual situación.

Si alguien, está, actualmente, orgulloso de esta España, desconfiad de él; o bien es un loco o bien es un reaccionario. No se puede pretender ser patriota sin querer llevar a cabo una revolución, que, al fin y al cabo, es una subversión, la destrucción del sistema económico, social y de valores de una sociedad y la construcción de otro; más justo, más libre, en definitiva, más español.

¿Quién puede creer que una persona que se califica a gusto entre derechas o izquierdas puede verdaderamente ser patriota? ¿No es este sistema liberal demoburgués partitocrático, el que nos ha sumido en esta decadencia moral y social, en la que la Verdad como fin en si mismo ha dejado de importar, en la que nada importa mas que el dinero y la fama o en la que mientras unos se lucran mediante abusos y privilegios injustos otros se mueren de hambre y frío en este "avanzado" (avanzado en qué, nos preguntamos algunos) mundo moderno?

Objetivos.

Debemos destruir y revertir el sistema establecido para construir una sola Patria, libre, grande y única (alejado de todo lema derechista, Dios me libre...) y un socialismo, el sindical, revolucionario y nacional.

Frente a los intentos de desmembración de la primera nación de la Edad Moderna, nosotros como fervientes defensores de ésta, debemos defender y luchar por la unidad armoniosa e imperial de las distintas "naciones" que conforman España. Pero esta lucha, será más facil de vencer si, junto a la violencia sana, creadora y justa, unimos a España y a los españoles bajo una misma empresa, un mismo destino común en lo universal.

La unidad peninsular de España adquiere una gran importancia para alcanzar la ejecución de ésta misión histórica; pero ésto es sólo la primera piedra del edificio de nuestra Patria; la recuperación del Peñon de Gibraltar, punto de elevado interés geoestratégico y la expulsión de las fuerzas militares americanas y de la OTAN de tierras españolas junto con la salida de España de la vendida UE son otros de los objetivos cruciales a alcanzar.

Además, España como universal portadora de los valores hispánicos debe formar junto al mundo hispano, bravío y vitalísimo, un bloque geopolítico de hermandad cultural que combata la hegemonía militar y cultural del mundo capitalista judeo-anglosajón e imponga una nueva jerarquía de valores, una nueva cultura y una nueva economía.

Alcanzar y conseguir la libertad, la soberanía de España como nación es uno de los mayores imperativos, y está, sin duda, a la orden del día. La España sierva del Capital Internacional, de la UE y de la OTAN, no es nuestra España. Nuestra España no es una colonia americana, nuestra España no es la de los liberales ajenos a las necesidades sociales del pueblo, ni la de la socialdemocracia que extirpa del espíritu de las masas populares la Patria, ni la de los grandes oligarcas ni tampoco la de los corruptos.                                                                                            
Convirtamos esta España actual en nuestra España. Una España sindical, portadora y emisora del mensaje y de los valores hispánicos. Una España que proporcione con pan y justicia (social) al conjunto de los españoles.

La ejecución de esta misión histórica  - como ya supo ver Ramiro Ledesma hace 70 años - debe corresponder sólo a las juventudes de España, portadoras de los más altos valores hipánicos ( y por tanto católicos) y de la mayor valentía y disciplina militar.

¡Adelante la Revolución! ¡Arriba la España que haremos!

Por Mario Montero

miércoles, 20 de mayo de 2015

Un Fascismo inmenso y rojo



En el siglo XX solamente hubo tres formas ideológicas que pudieron probar la realidad de sus principios en materia de realización político-estatal: el liberalismo, el comunismo y el fascismo. No encontramos en la realidad otro modelo de sociedad que no sea una de las formas de estas ideologías. Hay países liberales, comunistas y fascistas (nacionalistas). Los otros están ausentes. Y no pueden existir.

En Rusia, pasamos dos etapas ideológicas: la comunista y la liberal.

Hay un fascismo.

1. Contra el nacional-capitalismo

Una de las versiones del fascismo, que, parece, la sociedad rusa ya está dispuesta a aceptar (o ya casi lo ha hecho) es el nacional-capitalismo.

No hay duda de que el proyecto del nacional-capitalismo o el «fascismo de derechas» es la iniciativa ideológica de esta parte de la élite de la sociedad, preocupada seriamente por el problema del poder y que distintamente se siente l´esprit du temps.

Sin embargo, la versión «nacional-capitalista», de «derechas», del fascismo no agota, en absoluto, la esencia de esta ideología. Además, la unión de la «burguesía nacional» y los «intelectuales» sobre la cual, según ciertos analistas, se fundará el futuro fascismo ruso, representa un ejemplo brillante de un enfoque completamente extraño al el fascismo como concepción del mundo, como doctrina y como estilo. La «dominación del capital nacional» es la definición marxista del fenómeno fascista. No tiene en cuenta en absoluto la base filosófica específica de la ideología fascista, ignora conscientemente el pathos de base, radical, del fascismo.

El fascismo es un nacionalismo, pero no importa qué nacionalismo, un nacionalismo revolucionario, rebelde, romántico e idealista, aludiendo a un gran mito y a una idea transcendental que aspira a realizar en la realidad el Sueño Imposible, dar la luz de la sociedad del héroe y del Suprahombre, transformar y transfigurar el mundo. A nivel económico, para el fascismo son característicos, más que la fraternidad, los métodos socialistas o socialistas moderados, que someten los intereses económicos personales e individuales a los principios del bien de la nación, de la justicia. Y por fin, la mirada fascista sobre la cultura corresponde a la negativa radical del humanismo, de la mentalidad «demasiado humana», es decir de lo que son los «intelectuales». El fascista detesta a la especie intelectual. Ve allí a un burgués enmascarado, a un burgués presuntuoso, a un hablador y a un cobarde irresponsable. El fascista ama al mismo tiempo lo feroz, lo sobrehumano y lo angélico. Ama el frío y la tragedia, no quiere el calor y la comodidad. En otras palabras, al fascismo le gusta todo lo se enfrenta al «nacional-capitalismo». Lucha por la «dominación del idealismo nacional» (y no del «capital nacional»), y contra la burguesía y los intelectuales (y no para ésta o con éstos). La célebre frase de Mussolini define exactamente el pathos fascista: «¡en pie, Italia fascista y proletaria!».

«Fascista y proletario», tal es la orientación del fascismo. Obrero, heroico, combativo y creativo, idealista y futurista, una ideología que no tiene nada que ver con garantías de comodidad suplementaria estatal para los vendedores (aunque sean mil veces nacionales) y sinecuras para los intelectuales, parásitos sociales. Las figuras centrales del Estado fascista, la mitología fascista, son el campesino, el obrero y el soldado. Y, como símbolo superior de la lucha trágica con destino y con la entropía espacial (1), el jefe divino, el Duce, el Führer, el Suprahombre que realiza en su persona supra-individual (más que individual, como «suprahombre») la tensión extrema de la voluntad nacional hacia la gesta. Por cierto, en alguna parte en la periferia, hay también un sitio para el ciudadano tendero honrado y el profesor de universidad. Enarbolan también las insignias del partido y van a la fiesta de la reunión. Pero en la realidad fascista sus figuras se marchitan, están perdidos, retroceden al fondo. Ésta no para ellas y no es por ellos por quien se hace la revolución nacional.

En la historia, el fascismo puro e ideal fue realizado directamente. En la práctica, los problemas esenciales de la llegada al poder y de la ordenación económica obligaron a los líderes fascistas -Mussolini, Hitler, Franco, Salazar- a aliarse con los conservadores, el nacional-capitalismo de los grandes propietarios y de los jefes de los consorcios. Pero este compromiso acaba siempre lamentablemente para los regímenes fascistas. El anticomunismo fanático de Hitler, capitalismo germánico recalentado, le costó a Alemania la derrota en la guerra frente la URSS, y por creer en la honradez del rey (portavoz de los intereses de la alta burguesía), Mussolini fue entregado en 1943 por los renegados Badoglio y Ciano, metiendo al Duce en prisión y dejándolo así en los brazos abiertos de los estadounidenses.

Franco consigue mantenerse más tiempo pero al precio de concesiones a la Inglaterra liberal capitalista y a USA y al precio de negarse a sostener los regímenes ideológicos emparentados con los países del Eje. Además, Franco no era ningún verdadero fascista. El nacional-capitalismo es un virus interior del fascismo, su enemigo, la prenda de su degeneración y de su destrucción. El nacional-capitalismo no es de ninguna manera una característica esencial del fascismo, sino un elemento accidental y contradictorio con su estructura interior.

Así, y en nuestro caso, el del nacional-capitalismo ruso en desarrollo, la discusión no es sobre el fascismo, sino sobre intentar desfigurar por anticipado un avance inevitable. Podemos calificar tal pseudofascismo de «preventivo», de «anticipación». Hay que definirlo antes de que nazca y se refuerce seriamente en Rusia el fascismo, el fascismo original y real, el fascismo radicalmente revolucionario por venir. Los nacional-capitalistas son viejos jefes de partido acostumbrados a dominar y a humillar el pueblo, hechos luego unos «liberales-demócratas» por conformismo, pero cuando esta etapa está acabada comienzan también a afiliarse con celo a los grupos nacionales.

Es probable que los partitócratas, con los intelectuales serviles, una vez transformada en farsa la democracia, se reunieran para ensuciar y envenenar el nacionalismo que nacía en la sociedad. La esencia del fascismo: una nueva jerarquía, una nueva aristocracia. La novedad consiste en lo que la jerarquía es construida sobre principios claros, naturales y orgánicos: la superioridad, el honor, el coraje, el heroísmo. La vieja jerarquía, que aspira a mantenerse en la era del nacionalismo, como en otro tiempo, está fundada sobre facultades conformistas: la «flexibilidad», la «prudencia», el «gusto por las intrigas», la «adulación servil», etc. El conflicto evidente entre dos estilos, dos tipos humanos, dos sistemas de valores, es inevitable.

2. El socialismo ruso

Es completamente inapropiado calificar al fascismo de ideología de «extrema-derecha». Este fenómeno se identifica más exactamente con la fórmula paradójica de «Revolución Conservadora». Esta combinación de orientación cultural-política de «derecha» -el tradicionalismo, la fidelidad al suelo, las raíces, la ética nacional- con un programa económico de «izquierda» -justicia social, restricción de los elementos del mercado, liberación de «la esclavitud del porcentaje», prohibición de flujos bursátiles, monopolios y trustes, primacía del trabajo honrado-. Por analogía con el nacionalsocialismo, que se llama a menudo simplemente «socialismo alemán», podemos hablar del fascismo ruso como de un «socialismo ruso». La especificación étnica del término «socialismo» en el contexto dado tiene un sentido particular. La discusión se refiere a la formulación inicial de la doctrina social y económica, no teniendo como base dogmas abstractos y teniendo como base leyes racionalistas, pero teniendo como base principios concretos, espirituales, morales y culturales, que formaron orgánicamente a la nación como tal. El Socialismo Ruso: no los rusos para el socialismo, sino el socialismo para los rusos. A diferencia de los dogmas marxistas-leninistas rígidos, el socialismo nacional ruso viene de esta comprensión de la justicia social que es característica de nuestra nación, de nuestra tradición histórica, de nuestra ética económica. Tal socialismo será más campesino que proletario, más municipal y cooperativo que estatal, más regionalista que centralista; son las exigencias de la especificidad nacional rusa, que se reflejará en la doctrina, y no menos en la práctica.

3. El hombre nuevo

Este socialismo ruso será construido por un hombre nuevo, «un nuevo tipo de hombre, una nueva clase». La clase de los héroes y de los revolucionarios. Los restos de la nomenklatura del partido y su régimen deben perecer como víctimas de la revolución socialista. De la revolución nacional rusa. Los rusos se cansaron de la frescura, de la modernidad, del romanticismo auténtico, de la participación en un gran asunto. Todo lo que les es propuesto hoy es o bien arcaico (los nacionales-patriotas), o bien fastidioso y cínico (los liberales).

El baile y el ataque, la moda y el la agresión, el exceso y la disciplina, la voluntad y el gesto, el fanatismo y la ironía comenzarán a hervir entre los revolucionarios nacionales; jóvenes, malos, alegres, intrépidos, apasionados y sin fronteras. Para ellos, construir y destruir, gobernar y ejecutar las órdenes, limpiar de enemigos la nación y preocuparse tiernamente por los ancianos y los niños rusos. De un paso furioso y alegre, ellos alcanzarán la ciudad gastada, el Sistema que se pudre. Sí, tienen sed de Poder. Saben ordenar. Insuflarán la Vida en la sociedad, precipitarán al pueblo al proceso voluptuoso de la creación de la Histoira. Hombres nuevos. Por fin prudentes y valientes. Así, como hace falta. Percibiendo el mundo exterior como un desafío (según expresión de Golovin).

Ante la muerte, el escritor fascista francés Robert Brasillach pronunció una extraña profecía: «veo que al este, en Rusia, el fascismo vuelve a cabalgar, un fascismo inmenso y rojo».

Observe: no el nacional-capitalismo marchito, marrón-rosa, sino el alba deslumbrante de la nueva Revolución rusa, el fascismo inmenso, como nuestras tierras, y rojo, como nuestra sangre.

Por Alexander Duguin
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(1): Es decir, en termodinámica, el grado de caos que puede haber en una fase de la evolución de un autómata. N. del T.


[Traducción de un fragmento de la versión francesa de Tampliery Proletariata, Moscú, 1997 (Les templiers du proletariat). Es castellano: «los templarios del proletariado».]

viernes, 15 de mayo de 2015

Las raíces del Fascismo italiano: Sorel y el Sorelismo



El papel de Sorel y el sorelismo en las raíces del fascismo constituye un problema en las concepciones políticas apocalípticas: el deseo de una renovación drástica y total de la Italia del post-Risorgimento. Sin embargo, el aparato conceptual requerido para el estudio del impacto de Sorel en Italia ha sido ambiguo durante mucho tiempo. Probablemente, por este motivo, deben establecerse distinciones entre Sorel y sus continuadores italianos.

El carácter variable de las doctrinas y fidelidades políticas de Sorel debe diferenciarse de las de numerosos individuos entusiastas y de grupos. Estos últimos, una vez bajo su influencia, prosiguieron su propio camino, manteniéndose a veces en posturas que Sorel había abandonado sustancialmente hacía tiempo, o bien, en el caso de otros, explorando nuevos terrenos. No obstante, también hay que marcar diferencias en el interior del movimiento fascista, donde, entre otras numerosas fracciones, el sorelismo también se enraizó. La posición de Mussolini en cuanto a Sorel no era de ningún modo constante, ni siquiera necesariamente idéntica a las posturas expresadas por otros sorelistas en los grupos fascistas, ya fuera antes o después de la marcha sobre Roma. El problema es mucho más complicado, no sólo por el hecho de la aparición en el movimiento fascista de una oposición al sorelismo, sino también por una oposición de sorelistas al fascismo.

El hecho de que las ideas de Sorel fueran operativas en el seno de tantos grupos diversos puede atribuirse a su carácter esencial, al igual que a la atmósfera política e intelectual de Italia antes y después de la guerra. Este texto pretende establecer que el deseo de Sorel en Italia fue el de una conquista política y espiritual, que su pensamiento y su acción iniciaron un movimiento sorelista que se enraizó en una variedad de corrientes políticas e intelectuales orientadas de forma similar, y que el sorelismo figura significativamente, a la vez directa e indirectamente, en los orígenes del fascismo.

Cuando Sorel comenzó a escribir en 1886, no estaba lejos de los cuarenta, preparado para retirarse como ingeniero en el Servicio Civil francés. Sin embargo, en pocos años se convirtió en un teórico de la revolución. La metamorfosis de Sorel en revolucionario fue bastante determinada por el curso de los acontecimientos en Francia. Sin duda, fue el desastre de 1870-1871 lo que le condujo a un moralismo proudhoniano. En todas partes percibía la decadencia, el crecimiento de una democracia utilitarista y materialista, y el predominio de los intelectuales racionalistas. Desde el principio, deseó la renovación de “valores pesimistas esenciales para la moral cristiana” y una “sociedad basada en el trabajo”. Con el éxito parlamentario de 1893, anunció su “conversión” al marxismo. Sin embargo, inspirado por los artículos de Edouard y Bernstein, empezó a atacar a una ortodoxia que jamás había soportado. Enseguida se distanció radicalmente de Bernstein. La lectura de Henri Bergson le convenció de que la historia está impulsada por movimientos espontáneos que surgen de las masas. Son estos movimientos los que crean nuevos valores morales y los que reimpulsan el proceso histórico. En 1898, publicó El porvenir socialista de los sindicatos, un estudio que llamó la atención, especialmente en los círculos anarquistas y sindicalistas. El movimiento sindicalista en Francia era para él la manifestación auténtica del proletariado revolucionario. Aconsejaba a los sindicatos aislarse del mundo corrupto de los políticos e intelectuales burgueses, para trabajar en silencio en crear los valores y las instituciones del futuro. Con el caso Dreyfus en 1898, Sorel vio principalmente una gran misión moral. El proletariado debía emanciparse de todos aquellos que sufrían injusticias. Pero tras la gran victoria electoral de los discípulos de Dreyfus en 1899, éstos mostraban la misma inmoralidad interesada de sus opuestos. Ya no había menosprecio hacia los políticos socialistas como Jean Jaurès y Alexandre Millerand. Estaba convencido de que la democracia parlamentaria corrompía todo lo que tocaba. Para Sorel, estos años se destacaron por una implicación creciente en la escena política e intelectual italiana. Casi desde el principio, se sentía atraído por la tradición de Italia en cuanto a su realismo político y a la atención centrada en la psicología de la política. Este interés fue expresado por primera vez en algunos artículos consagrados al trabajo de Cesare Lombroso sobre la psicología del crimen político. Con su conversión al marxismo, sus nexos se estrecharon. Antonio Labriola, el líder de los teóricos marxistas, escribió en una revista que Sorel dirigió muy poco tiempo. Sorel escribió al joven Benedetto Croce y a Vilfredo Pareto para pedirles su participación. En 1896, Sorel descubrió a Giovanni Battista Vico, que daba una visión más penetrante a su amalgama de Marx y Bergson. Con Vico vio la distinción entre conspiración pura y revolución; sólo la revolución da vida a una nueva moral. De Vico le llegó la idea de la revolución como ricorso, el retorno a un estado de espíritu anterior. Hacia 1898, Sorel publicó mucho en Italia, y sus trabajos recibieron extensos comentarios. Pero a medida que profundizaba sus críticas a Marx –llamaba al marxismo “poesía social”-, sus escritos mostraban hostilidad. Labriola lo acusó públicamente de llevar a cabo una guerra de secesión. Avanti! Intentó bloquear la publicación de sus artículos. Sorel se sintió muy ofendido. Sin embargo, Italia le parecía el único país donde la crítica al marxismo fue seria. “Italia –escribió- ha sido la educadora de Europa: podría asumir perfectamente este papel una vez más”.

Hacia 1903, Sorel estaba convencido de que solamente una revolución catastrófica podría traer un ricorso. En este momento, había conseguido un número de discípulos modesto en Francia, pero sustancial en Italia.

El sindicalismo revolucionario fue el primero en recibir el apoyo de Sorel. El movimiento sindical había aparecido en Francia y en Italia en la década de 1890. en la Confederación General del Trabajo, fundada en 1903, y en el Segratariato Nazionale della Resistenza, creado el año anterior, los elementos revolucionarios eran originalmente dominantes. De 1903 a 1910, Sorel intentó explicar a los militantes y al público en general el potencial histórico de estos movimientos. En Francia, sus artículos influyeron en el Movimiento Socialista de Hubert Lagardelle, una revista con numerosa participación italiana. En Italia, la vanguardia socialista de Milán introdujo a Sorel en círculos proletarios, en 1903, gracias a la traducción de El porvenir socialista de los sindicatos. Estableció una colaboración más intensa con la revista doctrinal de Roma Divinire Social, donde apareció la primera versión de las Reflexiones sobre la violencia. Además, se publicaban cartas y artículos de Sorel en muchos periódicos y revistas más pequeños, y se tradujeron casi todas sus obras. Sorel remarcaba que su labor se ignoraba mucho en Francia. Pero en el “país de Vico”, esperaba “encontrar jueces más competentes”. Lo que Sorel escribía sobre el tema del sindicalismo revolucionario era muy comparable en Francia y en Italia. Observaba en el sindicalismo como movimiento revolucionario algo idéntico al cristianismo primitivo. Era motivado, como todo gran movimiento, “por un mito revolucionario”. El mito había nacido de los amores, los temores y los odios del grupo. Sus miembros se veían a sí mismos como un ejército de la verdad luchando contra un ejército del mal. El mito del proletariado era el de la huelga general, una visión apocalíptica del día en que el detestado régimen burgués sería destruido. Sorel veía en el sindicalismo una elite, pues sólo los trabajadores más militantes eran sindicalistas. La técnica del movimiento era la violencia, el rechazo a comprometerse con palabras y con actos. Se daba cuenta de que los anarquistas, en el movimiento sindicalista, habían enseñado a los trabajadores a no sentir vergüenza de la violencia. La lucha de clases tenía el mismo valor moral que la guerra entre naciones. Incluso algunos actos criminales eran justos si eran claras expresiones de la lucha de clases. Y pensaba que la violencia proletaria podía restaurar en la burguesía algún fragmento de su antigua energía. El sindicalismo, como orden revolucionario, estaba impulsado por una moral. Surgiría de la revolución una nueva escala de valores, que daría lugar a la perfección del maquinismo y los adelantos en la producción. La organización de la sociedad sindicalista vendría determinada por las necesidades de la producción; el sindicalismo sería una “sociedad de productores”. La técnica del nuevo orden sería la creación de una “sociedad de héroes”, héroes de la producción.

Hacia 1908, Sorel se convenció de que el sindicalismo francés se había comprometido sin esperanzas con el reformismo, pero el provenir del movimientoitaliano era todavía incierto. Entre la elite intelectual simpatizante con el sindicalismo, sulabor fue muy acogida y discutida. Croce en la crítica y en el prólogo a la edición italiana de las Reflexiones sobre la violencia hizo patente la mayor preocupación de Sorel, la génesis de la moralidad. Aceptó sus tesis, aunque con reservas. Respecto a este libro, Pareto alabó la “preocupación por la realidad de Sorel y su “rechazo de los discursos humanitaristas vacíos”. Sin embargo, el movimiento sindicalista, escribía Sorel, debería un día transformarse y reaparecer con otro nombre. Roberto Michels, “el alemán italianizado”, quien también mantenía correspondencia con Sorel, se sentía especialmente atraído por su concepto de elite proletaria. No obstante, fue en una variedad de periódicos y revistas anarco-sindicalistas, e incluso socialistas, donde Sorel causó mayor impacto, pues ahí se interesaban por sus percepciones toda una pléyade de académicos, periodistas y organizadores. Algunos eran miembros del partido socialista y participaban en las elecciones. De todos modos, denunciaban la cobardía del partido socialista y trabajaban por el progreso de concepciones más o menos sorelistas. L’Avanguardia socialista, un periódico milanés, era dirigido por Arturo Labriola, profesor de economía política y eminente discípulo de Sorel. Fue Labriola quien alentó la huelga general de 1904. L’Avanguardia predicaba “la violencia heroica” y una república de trabajadores dedicada a la producción. “Nuestro pensamiento –proclamabacoincide con el de Sorel”. Aquí los más consagrados de los discípulos italianos de Sorel eran Enrico Leone, Sergio Panunzio y Emanuele Longobardi, todos ellos académicos. También se publicaron aquí los artículos de los periodistas Walter Mocchi, Paolo Orani y del joven Mussolini. Este último, por ejemplo, era un socialista revolucionario que no aceptaba las especificaciones del sindicalismo. Pero proclamaba con insistencia su adhesión a la “revolución catastrófica” y a la “moral de los productores” de Sorel. El Divinere Sociale fue fundado por Leone y el periodista Paolo Mantica, y ahí publicaron sus artículos Croce, Pareto y Michels, al igual que muchos colaboradores de L’Avanguardia. El jurista A. O. Olivetti, los académicos Alfonso de Pietri-Tonelli, Francesco Arca y Agostino Lanzillo, e incluso varios discípulos franceses de Sorel escribían en esta publicación. Sin embargo, Sorel, debido a la preponderancia de sus propios artículos, y por consenso, era el director de orquesta indiscutible. Podrían citarse una docena de periódicos y revistas que mostraban una influencia sorelista marcada y modificada por cada tendencia particular. Esto no sólo revela la gran difusión del sorelismo, sino también la cantidad de dirigentes sindicalistas influidos: Alceste de Ambris, Michele Bianchi, Filippo Corridoni y Edmondo Rossoni. No obstante, la más inesperada revista sorelista fue probablemente la Pagine Libere de Lugano, fundada a finales de 1906 por el exiliado Olivetti. Era rigurosamente proletaria y también nacionalista. El ricorso se enlazaba con la renovación del Risorgimento. La nación estaba destinada a ser el máximo sindicato. Hacia 1910, Panunzio, Orani y Lanzillo eran sus principales colaboradores, y en menor medida, Corridoni, Rossoni y Mussolini. El movimiento sindicalista, bien que creció rápidamente hasta el congreso del partido socialista en Roma en 1906, parecía ir en declive.

En Milán, ese mismo año, los reformistas transformaron el Segretariato en Confederazione Gelerale del Laboro (CGL), más moderado. Un grupo de sindicalistas conducido por De Ambris y Bianchi formó una contraorganización de alrededor de 200.000 miembros en Parma. Pero la huelga de 1908 en Parma fue de tal violencia que los sindicalistas que quedaban en el partido fueron expulsados. En el congreso de Bolonia, en diciembre de 1910, las uniones sindicales, desorganizadas y desacreditadas volvieron a la CGL. En este mismo congreso, se leyó una carta de Sorel ante los delegados en asamblea. Anunciaba su abandono del sindicalismo. No se podía esperar nada de un movimiento de trabajadores vencidos por la democracia.


Enrico Corradini

El nacionalismo integral fue el siguiente en llamar la atención de Sorel. En Francia, su discípulo George Valois se había impregnado de la noción de una posible “renovación burguesa”, y en 1906 había intentado una fusión doctrinal y organizativa entre el sindicalismo y el monarquismo. En Italia, estaba en marcha un esfuerzo paralelo. En 1903, Enrico Corradini, que había sido seducido por Gabriele d’Annunzio, fundó en Florencia Il Regno figura el primer signo de interés por Sorel procedente de la derecha. Sin embargo, hubo un desacuerdo relativo a la huelga general de 1904 que provocó su abandono. En 1906, Corradini se unió a un pequeño grupo de antiguos sindicalistas. Éstos no habían expresado una dependencia explícita en relación a Sorel, aunque en el tono y en la argumentación, se diferenciaban poco de los sindicalistas que lo habían hecho. Mediante las lecturas y discusiones en numerosas ciudades italianas, Corradini y su grupo investigaron más a fondo las posibilidades de una renovación nacional. El sindicalismo y el nacionalismo, observaba Corradini, sentían “un amor común por la conquista”, ambos eran “imperialista”. Además, el imperialismo italiano era de una “nación pobre”. Los trabajadores, en consecuencia, que luchan por Italia, luchan también por ellos mismos. El nacionalismo corradiniano se convirtió hacia 1908 en un sindicalismo nacional “para todos los productores” y en un imperialismo “de una nación proletaria”. Leyendo a Corradini, se siente el espíritu de las reflexiones sobre la violencia, aunque él no hubiera atribuido explícitamente sus ideas a Sorel. No obstante, Sorel escribía a Croce que Corradini “comprende perfectamente el valor de mis ideas”. Prezzolini, mientras tato había fundado en 1908 en Florencia La Voce, con el fin de preparar un nacionalismo a un nivel más espiritual y moral. La Voce, abierta a todas las opiniones, se caracterizaba por una urgencia de renovación e, inicialmente, un interés considerable por Sorel. Su primer número anunciaba el abandono de Sorel del sindicalismo francés y en los meses siguientes los artículos trataban de temas sorelistas varios. En una entrevista, Sorel expresó su deseo de una renovación italiana. En un estudio sobre el sindicalismo, Prezzolini se declaró discípulo de Sorel, aunque pensaba que el sindicalismo todavía se encontraba en sus albores. Acabaría como una institución de integración social y de conservación. Sorel, en este intervalo se sentía más atraído por el nacionalismo francés. En 1909, en una entrevista a un periódico monarquista, declaraba que no se oponía desde el principio a una restauración. Pero el hecho decisivo para él fue la aparición en 1910 de la Juana de Arco de Charles Péguy. En este libro, opinaba, se habían relacionado brillantemente las ideas cristiana y patriótica. Era lo que el nacionalismo exigía: había encontrado otro ricorso. Sorel anunció su descubrimiento simultáneamente en l’Action Française y en La Voce. En Francia, él mismo y gran parte de sus discípulos monarquistas fundaron varias revistas que intentaron, en los años precedentes a la guerra, aunar a los antidemócratas de izquierda y derecha. Sorel pasó a escribir menos para Italia, exceptuando el Resto del Carlino de Bolonia, editado por un nuevo admirador, Mario Missiroli.

Sorel percibía el nacionalismo italiano, aunque sus comentarios habían sido fragmentarios, también el término de ricorso, según Vico. El movimiento era alentado, pensaba por el “mito nacional” del Risorgimento abortado. El interés por Oriani y la demanda de una revolución nacional permanente eran los signos indiscutibles de un despertar. Pero el nacionalismo en Italia contaba con el catolicismo y dudaba que se aceptase el apoyo católico. Sin embargo, se convenció de que la guerra de Libia había hecho renacer un sentimiento de grandeza nacional igual al de los mejores momentos del Risorgimento. La renovación italiana podría ser obra de un resurgimiento burgués. En cualquier caso, “el futuro de Italia –escribía- no se conseguirá por una evolución natural”. Al igual que para el nuevo orden, su moral será nacional y católica. Veía la organización de la sociedad en términos sindicalistas, pero ahora estaba preparado para aceptar un sindicalismo mixto de trabajadores y patrones o un sindicalismo nacional. El régimen propugnaría un “culto a la nación”, la perfección de las instituciones en el interior y una política imperialista en el exterior.

Hacia 1912-1913, Sorel estaba convencido de que los dirigentes de L’Action Française se interesaban más por escribir sobre la revolución que por llevarla a cabo. En Italia, las posibilidades de una revolución nacional parecían de nuevo más claras. El nuevo interés de Sorel por el nacionalismo iba en paralelo al de sus principales admiradores. Croce, en su estudio sobre Vico, veía en Sorel un Vico en las costumbres del siglo XX, pero creía que Alemania, antes que Italia, podría en aquel momento aportar el modelo de un movimiento proletario que defendería las tradiciones nacionales. Pareto, en su estudio sobre los mitos, y Michels, en su obra sobre los partidos políticos, concentraron su atención en el nacionalismo e insistieron en sus exagerados elogios a Sorel. Pero en el mismo movimiento nacionalista cesaron todos los signos de aprobación de las ideas sorelistas, poco después de 1910. en Turín, el monarquista e imperialista Tricolore, un periódico semanal de un pequeño grupo conducido por Mario Viana, se dejó influir por las actividades de Valois en París. Éste invitaba al proletariado a aceptar una organización nacional-sindicalista en pro de la solidaridad italiana. A pesar de que Corradini y Missiroli aportaron a Tricolore su apoyo entusiasta, el periódico fue el último esfuerzo para establecer un nexo explícito entre Sorel y el movimiento nacionalista. Posteriormente, en Florencia, el grupo de Corradini, al que se habían adherido nuevos elementos, creó el partido nacionalista. Reaparecieron los temas de un sindicalismo nacional y del imperialismo de una “nación proletaria”. Pero ya no se hizo mención de Sorel. Además, mediante la investigación de La Voce del significado de la implicación de Sorel con L’Action Française, se presentaron nuevas preocupaciones. Hacia 1914, el nacionalismo corradiniano y el nacionalismo de La Voce, alejados de Libia, se habían acercado, y sólo quedó un mínimo interés por Sorel por parte de cada una. En el congreso de Milán, Alfredo Rocco, el teórico nacionalista de la economía, rechazaba el “sindicalismo” como una palabra extranjera. Tras este giro, los nacionalistas ya no hablaron más que de “corporaciones”.

En cuanto al movimiento sindicalista, si el nacionalismo había virado hacia una forma de sindicalismo, al igual que algunos elementos sindicalistas viraron cada vez más hacia variedades de nacionalismo. La creación en 1910 de La Lupa, en Florencia por Orano, era una tentativa, procedente de la izquierda, idéntica a la emprendida por el Tricolore, procedente de la derecha. El periódico se definía a sí mismo como la versión italiana de la nueva orientación de Sorel y reclamaba la guerra de Libia. Los sindicalistas Labriola, Mantica, Arca y Pietri-Tonelli coincidían en este punto con los nacionalistas Corradini y Missiroli. Declaraban que los dos movimientos tenían los mismos enemigos. El imperialismo italiano era además el de una “nación proletaria”. Pero La Lupa no mostró ninguna disposición respecto a la estructura de un sindicalismo nacional. La Pagine libere de Lugano apoyaba también a Sorel y aprobaba la guerra, pero permaneció “proletaria”. En la guerra de Libia, Olivetti, Panunzio y Lanzillo vieron la posibilidad de una renovación revolucionaria sin precedentes. Por otra parte, sin embargo, en los círculos sindicalistas, donde Sorel en el pasado había sido muy apreciado, los contactos de éste con los monarquistas eran denunciados como una traición y se condenaba la guerra de Libia como una aventura burguesa. El Demolizione de Milán, la Gioventi socialista de Parma, la Bandiera del popolo de Mirándola y La Propaganda de Nápoles eran publicaciones donde estaban muy presentes los dirigentes sindicalistas. Sus opiniones estaban muy influidas por Mussolini. Sin embargo, el rechazo de Sorel no fue permanente en todas las circunstancias. En cualquier caso, la guerra de Libia era un resultado del renacimiento de un movimiento sindicalista independiente. En Módena, en 1912, se fundó la Unione sindicale Italiana (USI), una organización de 150.000 miembros. Pero incluso aquí apareció enseguida el nuevo nacionalismo proletario de los maestros sindicalistas, especialmente en los grupos sindicales de Corridoni en Milán. Corridoni era un ferviente admirador de Sorel, y viceversa. Pero Corridoni adoraba en silencio a los héroes del Risorgimento. Había transformado la idea de la huelga general en la de “una guerra revolucionaria de la libertad”. Durante las revueltas de la semana roja en junio de 1914, sus sindicalistas marcharon por las calles de Milán cantando el himno del Risorgimento, gritando “viva Italia” y ondeando la bandera italiana.

Sorel odió el estallido de la guerra. Era despreciativo con su propio país. Escribió a Croce que deseaba una victoria alemana. No obstante, esperaba que de la guerra podría surgir otro ricorso, “una catástrofe” que sumergiría a Europa en una “nueva Edad Media”. Posteriormente, en 1918, descubrió otro ricorso: la revolución bolchevique. Empezó de nuevo a publicar sus artículos. En Francia, escribió para la revista comunista y, en Italia, publicó más de sesenta artículos, la mayoría en el Resto del Carlino y en el Tempo de Roma. Sorel opinaba que los bolcheviques eran impulsados por mitos revolucionarios que eran a la vez “sociales” y “nacionales”: el odio del pueblo en general hacia un régimen extranjero importado del Oeste. En los soviets de las fábricas veía una elite que desempeñaba el papel que él había atribuido a los sindicatos. La técnica del movimiento era la violencia. En cuanto al orden bolchevique, lo movían las energías morales liberadas por la revolución. La dictadura del proletariado era una “sociedad de productores”, pero Sorel vio en Lenin por primera vez los méritos de un dirigente carismático. La técnica del orden era doble: una política interior enraizada en un marxismo pragmático y una política extranjera enfocada a la conquista de un mundo dominado por un oeste agotado y decadente.

El sorelismo continuó en los círculos comunistas. La U.S.I., que se había opuesto a la intervención, se adhirió en breve a la III Internacional llevando aún la marca de la influencia de Sorel. Pero apareció para Sorel un nuevo punto de interés en un grupo de jóvenes intelectuales comunistas de Turín, que fundaron L’Ordine Nuovo en 1919. el periódico lo dirigía Antonio Gramsci, con Palmiro Togliatti y Angelo Tasca entre los principales colaboradores. Todos admitían, en diferente medida, la influencia de Sorel. De todos modos, el más interesado por Sorel era Gramsci. No apoyaba “todo” en Sorel pero apoyaba la idea de la “espontaneidad del movimiento proletario, los consejos de trabajadores como aprendices de la nueva sociedad, el papel de la violencia creadora, y la visión de una sociedad de productores”. Después de 1912, el periódico se convirtió en el órgano oficial del partido comunista y recuperaba periódicamente artículos de Sorel.

El fascismo también fue muy bien acogido por Sorel. Seguía a Mussolini desde 1912, cuando los socialistas revolucionarios habían tomado el control del partido y cuando Mussolini se convirtió en el editor de Avanti!. Había predicho que “Mussolini no era un socialista normal”, que era un condottiere que un día miraría hacia la derecha. Pero en 1915, Sorel no apoyó ni la formación del Fasci ni la intervención de Italia en la guerra. Es más, rechazaba la vulgaridad de D’Annunzio y de Filippo Marinetti. En su correspondencia durante la guerra, prestaba atención a los socialistas y los sindicalistas pacifistas. Sin embargo, tras la guerra, le decepcionó su incapacidad para llevar a cabo una acción revolucionaria decisiva. Además, la toma de Fiume le convenció de que D’Annunzio debía ser tenido en cuenta en adelante. El Fasci reactivado de 1919 renovó su interés por las actividades de Mussolini. Durante algún tiempo le afectó la ferocidad del escuadrismo y la destrucción de las organizaciones de trabajadores. Pero las cartes que escribió a Croce y a Missiroli hacia 1921 muestran con evidencia su atracción por el fascismo. En marzo de 1922 declaró: “los hechos más importantes después de la guerra son: la acción de Lenin, que creo sólida, y la de Mussolini que seguro triunfará”. Sorel no vivió lo suficiente para oír hablar de la marcha sobre Roma. Lo que Sorel escribía sobre el tema del fascismo es fragmentario, pero lo describió claramente como un ricorso. Veía el movimiento impulsado por los mitos “sociales” y “nacionales” ya había pensado en esta unión, aunque no lo había comprendido del todo. “Este descubrimiento nacional y social”, decía “es puramente mussoliniano”. El fascismo era el resultado de la incapacidad del Estado de proteger la burguesía y de la incapacidad de los gobernantes italianos de expresar las demandas justas de la nación en la conferencia de paz.

Sorel vio en los fascistas una elite y calificó a Mussolini como “genio político”. En tanto, los camisas negras fueron amos de la calle, sus oponentes no podrían esperar ningún éxito. Como orden revolucionario, veía el fascismo dominado por una moral compuesta por “lo social” y “lo nacional”. Se restauraría el Estado con toda su grandeza bajo Mussolini, y se asentaría sobre una base colectiva social y económica. Percibía en el fascismo un régimen consagrado a la reconstrucción interna y a la expansión imperial.


Filippo Corridoni durante un míting

Las huellas del sorelismo perduraron en el movimiento fascista que nacía. Croce, a pesar de que reafirmó su interés por Sorel, tendió hacia un liberalismo prudente y aceptó el fascismo como inevitable y benéfico a la vez. Pareto, en su célebre Tratado de Sociología y Michels, algo menos, en su obra sobre el nacionalismo y el imperialismo, continuaron aportando el prestigio de sus nombres a Sorel; ambos aceptaban el fascismo. Respecto al movimiento fascista, Mussolini se convirtió en intervencionista, quizás bajo la influencia de su íntimo amigo Corridoni. En cualquier caso, los elementos sorelistas eran muy importantes en el Popolo d’Italia y en los Fascios de 1915: Lanzillo, Panunzio, Longobardi, Olivetti, Orano y Prezzolini. Por otra parte, los organizadores sindicalistas Corridoni, Rossoni, Ambris y Bianchi rompieron con la U.S.I., para fundar un grupo sindicalista intervencionista. En cuanto a los Fascios reactivados de 1919, eran la mayoría supervivientes de los Fascios de antes de la guerra. No obstante, el Popolo d’Italia pedía ahora una república y un sindicalismo nacional basado en la cooperación entre las clases. Sin embargo, el fascismo necesitaba en este momento el apoyo de los trabajadores, y lo encontró en los sucesores de los grupos intervencionistas de Corridoni. Éstos se habían reconstituido, en 1918, con la protección de Rossoni en l’Unione Italiana del Lavoro, una unión anticomunista y antisocialista que contaba con 150.000 miembros. En Italia nostra, ligada a la U.I.L., y particularmente, en la recuperada Pagina Libere, dirigida por Olivetti, que era un dirigente de la U.I.L., el sorelismo afloraba siempre en conexión con un “idealismo neomaziniano”. Cuando Rossoni abandonó la U.I.L. para abrazar al fascismo, se llevó consigo lo que iba a ser el núcleo de los sindicatos obreros fascistas. Creados en Bolonia en enero de 1922, estos sindicatos fueron dirigidos por Rossoni y contaban con unos 500.000 afiliados. Sin embargo, el fascismo necesitaba el apoyo del pequeño pero influyente partido nacionalista. Recibió este apoyo cuando en septiembre Mussolini anunció que no se pondría en cuestión la monarquía. No obstante, desde hacía tiempo en el Partido nacionalista ya no había ningún signo de interés por Sorel. En los meses precedentes a la marcha sobre Roma, Mussolini fundó y dirigió la revista doctrinal Gerarchia, en la que Pareto, Lanzillo, Orano y otros relacionaban claramente a Sorel con los orígenes del fascismo. Su “pesimismo voluntarista”, su doctrina de la violencia creadora, su concepto de la moral de los productores... todo esto decían, había pasado al movimiento fascista. Cuando murió Sorel, la Gerarchia anunció en una nota necrológica que no sería Lenin sino Mussolini quien concretaría la misión del maestro del sindicalismo. Las legiones fascistas arriarían sus banderas en honor al solitario pensador francés que había partido hacia una pacífica eternidad.

El sorelismo debía continuar después de 1922; aunque la década después de la guerra no pueda tratarse más que brevemente, el destino de la posteridad de Sorel estaba claro. En los años veinte, las biografías “oficiales” de Mussolini y sus entrevistas en la prensa repetían la consecución de la primacía de Sorel en los orígenes del fascismo. Pero, de hecho, la fuerza de las ideas de Sorel iba a diminuir rápidamente. Hacia 1925, Croce encontraba el fascismo sin ley y sin moral. Pareto había muerto en 1923 y Michels dejó de interesarse demasiado por Sorel. Los intelectuales sindicalistas Lanzillo, Olivetti, Panunzio y Orano recibieron un alto rango académico o importantes puestos en el partido, y lo mismo ocurrió con los antiguos dirigentes Rossoni y Bianchi. Los academicistas no cesaban de comentar los orígenes sorelistas del fascismo, pero sus escritos, en su mayoría, ya no se consagraron más que a la elaboración legislativa y económica del corporatismo. Muchos pasaron a ser colaboradores del Stirpe de Rossoni y de la Conquista dello Stato de Curcio Malaparte, quien entre 1924 y 1928 reavivó el interés por Sorel en los círculos fascistas. Sin embargo, ahora se combatía a los sorelistas. En los cenáculos nacionalistas y fascistas había una verdadera hostilidad contra Sorel; se le identificaba como el partisano del sindicalismo proletario y el defensor de Lenin. Probablemente esta hostilidad era un signo de balanceo continuo por el régimen hacia un conservadurismo económico. “El caso Rossoni” en 1928-1929 puso fin a la posición de Rossoni como líder de los sindicatos fascistas y a su retribución del gran consejo fascista. Se habían quebrado todos los signos de supervivencia de una autonomía sindicalista. De todos modos, aún perduraban tendencias sorelistas en los círculos antifascistas. En los círculos comunistas, l’Ordine nuovo de Gramsci, hasta su prohibición a mediados de los años veinte, continuó reivindicando a Sorel para el proletariado. Además, entre los liberales, apareció una nueva tendencia con la Rivoluzione liberale de Turín, dirigida por Govetti. Este, junto a Labriola, Missiroli y Max Ascoli, intentó revitalizar el liberalismo, socializándolo. Govetti, escribió que había “amalgamado el espíritu sorelista”, es decir, “su vertiente sana”. Hasta su suspensión en 1925, la revista se sumergió en vivas polémicas con Gramsci y Malaparte, con frecuencia sobre Sorel.

Tras los años veinte, el sorelismo, ya fuera fascista o antifascista, parecía acabado. De todas maneras, Mussolini, en su célebre artículo de L’Enciclopedia en 1932, afirmó la primacía de Sorel y del Movimiento socialista de Lagardelle en la formación del fascismo. Entonces, Croce lamentó que los libros de Sorel hubieran sido “los breviarios del fascismo” y hubieran influido posiblemente en el nazismo. Por otro lado, los discípulos de Sorel hicieron muchos estudios profundos sobre el corporatismo. En breve, la revista obrera Problemi del Lavoro discutió sobre el resurgimiento de los fundamentos sorelistas en el neo-sindicalismo francés. A partir de entonces, sin embargo, cuando se nombraba a Sorel en las elites fascistas, se insistía en que el fascismo había nacido en 1919 y que había sido obra de los italianos. Respecto al interés de los antifascistas por Sorel, Gramsci, encarcelado entre 1929 y 1935, escribía notas a menudo sobre Sorel. Hacia el principio de la II Guerra Mundial, apareció un nuevo tipo de literatura sobre Sorel, que tuvo una difusión considerable: antologías, recuerdos y libros de erudición. El sorelismo había muerto.

En cualquier conclusión referente a Sorel y el sorelismo, hay que evitar la tentación de minimizar su carácter políticamente oportunista e irresponsable; lo que es esencial en condiciones apocalípticas no es político sino religioso.

Constantemente, Sorel buscaba un ricorso. Para él, el prototipo del ricorso era el cristianismo primitivo. Un ricorso era un movimiento alentado por un influjo carismático. En consecuencia, en esta búsqueda Sorel se dirigió a los extremos políticos que parecían más receptivos para una renovación drástica y total. Hasta la guerra, esperaba una renovación tanto italiana como francesa. Pero después de 1914, sus esperanzas se centraron casi exclusivamente en Italia. Lo que le atrajo de la revolución bolchevique no era Rusia (por la que nunca había mostrado interés), sino el bolchevismo. Y la incapacidad del proletariado de Italia le condujo al fascismo. Pero él nunca fue más que un simple “observador”. Profundamente, veía en un movimiento lo que en realidad no estaba en él. Por tanto, su carrera fue casi necesariamente una sucesión de esperanzas y decepciones. Lo que facilitaba su evolución hacia los extremos era esencialmente su pragmatismo. Seguramente, prefería antes un ricorso de izquierdas. Pero no sólo encontró en los extremos una similitud importante, sino también alternativas personales aceptables. Los extremos fueron para él aspectos particulares de un único modo de pensar, de una única atmósfera de sublevación. Aunque la ide apocalíptica haya sido siempre evidente en su trabajo, esta tendió, de todos modos, a deteriorarse. A pesar de que esta idea no fue nunca divulgada tras la guerra, había perdido mucho de su utilidad inicial. El ricorso se convirtió más en un problema de ingeniería social que en una tentativa para un pesimismo cristiano.

El sorelismo constituía una influencia importante en Italia. El rechazo de Sorel respecto al pensamiento materialista y mecánico lo introdujo en una corriente irracionalista y activista que ya estaba en marcha. Su preocupación por la decadencia y el heroísmo tuvo una buena acogida en la idea muy extendida de que el Risorgimento no había conseguido aportar una renovación espiritual y moral. Además, su impacto era un aspecto continuo de la dependencia intelectual de Italia respecto al pensamiento francés. El sorelismo era en buena medida un fenómeno franco-italiano. Pero es difícil delimitar el sorelismo. Su estudio era ilimitado, desde la Crítica de Croce a los oscuros periódicos de trabajadores en provincias. En el centro figuraban los profesores sindicalistas y algunos nacionalistas. En los márgenes, actuando con más o menos independencia, se encontraban varios miembros de una elite intelectual y una cantidad de dirigentes y periodistas. Sin duda, fue la diversidad de elementos lo que hizo posible la diseminación de las ideas sorelistas virtualmente en todos los estratos intelectuales. Sin embargo, los límites del sorelismo se complicaron debido a su indeterminación política. Las tendencias sorelistas tenían que encontrarse no sólo en formas variadas de revolucionarismo proletario, sino también, aunque más débilmente, en el nacionalismo revolucionario. El sorelismo podía estar a favor o en contra de Libia, a favor o en contra de la intervención; se hallaba en el comunismo y en el fascismo, e incluso en el liberalismo radical. No obstante, los sorelistas poseían denominadores comunes muy marcados. Tenían puntos de vista similares, principalmente apocalípticos. El sorelismo veía los extremos como las únicas alternativas. Por encima de todo deseaba una “sociedad de héroes”.


Benito Mussolini

El fascismo debe mucho al sorelismo. Mussolini se había encontrado en los márgenes del movimiento antes de la primera guerra, quizás porque no tenía más que un pobre bagaje ideológico. Quizás también, porque no tenía ningún escrúpulo, Mussolini puede haber tenido, como podría no haber tenido, necesidad de Sorel. El fermento sorelista era a la vez un síntoma, e inconscientemente, un agente eficiente en la preparación del fascismo antes de la guerra: por la idea de la “violencia creadora”, en su revolucionarismo proletario inclinado hacia el nacionalismo, en su revolucionarismo nacionalista inclinado hacia una “solución” del problema social y por alegrarse del golpe de Estado de los Fascios en 1915. En los años de post-guerra, el caos creó múltiples oportunidades revolucionarias, más en la derecha que en la izquierda. Lo que del fascismo quería concebir eran eslóganes apropiados, organización y modos de actuación. Fue el escuadrismo quien forzó la nacionalización o la neutralización decisiva de lo que quedaba de revolucionarismo proletario. Bajo esta perspectiva, el fascismo que llegó al poder en 1922 puede considerarse en buen grado como una transformación organizada y popularizada del movimiento sorelista de antes de la guerra. Si Mussolini pudo vanagloriarse de que el fascismo no tenía ninguna ideología, fue porque para él, el mito de Sorel podía ser una mentira, porque el papel de la elite podía sumirlo en una banda “dura de pelar”, y porque la violencia podía degenerar en el gangsterismo. Hay que admitir, sin embargo, que la calidad doctrinal del sorelismo, especialmente en la forma que pretendía trascender a las categorías convencionales de derecha y de izquierda, que consistía en transformar el sorelismo a no-ideológico, incluso el anti-ideológico, no significaba un ejercicio de fuerza. Bajo esta forma, el sorelismo hubiera podido sobrevivir muy bien como la única filigrana ideológica del fascismo. Además, es cierto que algunos grupos llegaron al fascismo por otras vías. Tampoco es menos cierto que todos los sorelistas acabasen en el fascismo. De todos modos, para los partidarios de Sorel, que se unieron a Mussolini en los años fatídicos, el sorelismo representaba las “raíces” de “su” fascismo.

El trabajo de Sorel en Italia fue de alguna manera un ricorso. Había nacido de la violencia para conseguir algo sublime. Era, como describió Croce, “la construcción de un poeta ávido de .. austeridad, ..sinceridad, ...que buscaba obstinadamente una fuente oculta de la que hubiera manado una corriente fresca y pura, y, a la vista de la realidad su poesía se esfumó ante sus propios ojos”.

Por Gustavo Morales

Fuente: Pueblo Indómito

lunes, 11 de mayo de 2015

Propósitos



He perdido un alma gemela que no existía, he perdido un hermano imaginario muy querido, he perdido la empuñadura de la espada de mis delirios.

No, jamás perdí nada, me lo arrebataron.
Me arrebataron el hambre, el sufrimiento y el llanto; me arrebataron una cálida tarde de otoño los matices del ideario que se apuesta conmigo las lunas que pasarán hasta que finalmente parta, hasta que pueda desaparecer.

Un filo atravesó nuestros flácidos y trémulos órganos sin vida ni llanto; un filo ardiente y gélido, tan ardientemente gélido como los profundos y sinuosos senderos de la cordura; fruto de tanta herida putrefacta en el corazón del ser, que observa con curiosa y dolorida atención los asquerosos páramos repletos de cadáveres sin ojos ni intestinos; sin sangre y sin furor.

Sentado en un trono de ambiciones y avaricias lloro; ¿Quién pudo hacerme tan repugnante regalo? ¿Quién de entre todos los desalmados que moran estas tierras pudo amar tan despreciable objeto? ¿Qué será de aquel que lo use creyendo hacer el bien?

Se cierne sobre nosotros la lluvia de nuestras propias flechas; indefensos, carentes de cualquier tipo de protección, desnudos ante nuestra propia calumnia nos resguardamos con los brazos y soltamos bufidos y alaridos, creyendo que tamaño espectáculo nos salvará.
Flechas caen, flechas arden; otras se astillan con la velocidad de la caída, unas pocas se clavan en el húmedo, descolorido y fangoso suelo que nosotros mismos pisamos con ligereza. El verdadero diluvio se avecina; gemidos, llantos, gritos y oraciones; flechas, fuego, muerte y pechos reventados; sangre, risas y alabanzas; muerte, muerte y nada más que muerte.

Sin embargo, quizás por mi pequeñez o mi falta de puntería, permanezco en pie, impasible, indefenso pero invulnerable, rodeado de ojos desorbitados que me observan celosos y asqueados, escupiendo una última flema sanguinolenta, portadora de malas noticias dicen, pues sus corazones dejaban de latir. Algunos me inquirían con la mirada; tristes, temblando y ardientes eran incapaces de comprender lo que ellos juzgaban que era 'simple fortuna, enorme pero fortuna al fin y al cabo'.

Pues bien, en mi inexistente burbuja de fortuna, rodeado por almas enfurecidas y sangrantes, cuerpos aún con cierto rigor nervioso devorados por los inmundos y satánicos buitres; me di cuenta que no era mi pequeñez ni mi falta de puntería lo que me hacía inalcanzable, sino los caminos que jamás había culminado, las vidas pendientes que tenía que vivir, las columnas y pilares de sabiduría que aun tenía que forjar; eran propósitos lo que me hacía inexpugnable, sencillos propósitos, deseos de vivir, justamente aquello de lo que este desgraciado, embarrado y triste mundo carece; firmes, justos y bellos propósitos por los que luchar, vencer y desfallecer; enflorecidos en mantos de honor y sabiduría.

Por Draco

sábado, 9 de mayo de 2015

Mensaje a los Cristianos



Las  convulsiones  producidas  por  los  acontecimientos  políticos,  religiosos  y sociales  de  los  últimos  tiempos  posiblemente  han  llevado  a  los  cristianos  de Colombia  a  mucha  confusión.  Es  necesario  que  en  este  momento  decisivo para  nuestra  historia  los  cristianos  estemos  firmes  alrededor  de  las  bases esenciales de nuestra religión.
Lo  principal  en  el  catolicismo  es  el  amor  al  prójimo.  "El  que  ama  a  su prójimo  cumple  con  la  ley"  (San  Pablo,  ROM.  XIII.  8).  Este  amor  para  que sea  verdadero  tiene  que  buscar  la  eficacia.  Si  la  beneficencia,  la  limosna, las  pocas  escuelas  gratuitas,  los  pocos  planes  de  vivienda,  lo  que  se  ha llamado  "la  caridad",  no  alcanza  a  dar  de  comer  a  la  mayoría  de  los desnudos.  Ni  a  enseñar  a  la  mayoría  de  los  que  no  saben,  tenemos  que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías.
Esos  medios  no  los  van  a  buscar  las  minorías  privilegiadas  que  tienen  el poder,  porque  generalmente  esos  medios  eficaces  obligan  a  las  minorías  a sacrificar  sus  privilegios.  Por  ejemplo  para  lograr  que  haya  mas  trabajo  en Colombia,  sería  mejor  que  no  sacaran  los  capitales  en  forma  de  dólares  y que  más  bien  se  invirtieran  en  el  país,  en  fuentes  de  trabajo;  Pero  como  el peso  colombiano  se  desvaloriza  todos  los  días,  los  que  tienen  dinero  y tienen  el  poder  nunca  van  a  prohibir  la  exportación  del  dinero,  porque exportándolo se libran de la devaluación.

Es  necesario,  entonces,  quitarles  el  poder  a  las  minorías  privilegiadas  para dárselo  a  las  mayorías  pobres.  Esto,  si  se  hace  rápidamente  es  1o  esencial de  una  revolución.  La  revolución  puede  ser  pacífica  si  las  minorías  no  hacen resistencia  violenta.  La  Revolución,  por  lo  tanto,  es  la  forma  de  lograr  un gobierno  que  dé  de  comer  al  hambriento,  que  vista  al  desnudo,  que  enseñe al  que  no  sabe  que  cumpla  con  las  obras  de  caridad,  de  amor  al  prójimo  no solamente  en  forma  ocasional  y  transitoria,  no  solamente  para  unos  pocos sino  para  la  mayoría  de  nuestros  prójimos.  Por  eso  la  Revolución  no solamente  es  permitida  sino  obligatoria  para  los  cristianos  que  vean  en  ella la  única  manera  eficaz  y  amplia  de  realizar  el  amor  para  todos.  Es  cierto que  "no  hay  autoridad  sino  de  parte  de  Dios"  (San  Pablo,  ROM.  XIII,  1). Pero  Santo  Tomas  dice  que  la  atribución  concreta  de  la  autoridad  la  hace  el pueblo.

Cuando  hay  una  autoridad  en  contra  del  pueblo,  esa  autoridad  no  es legítima  y  se  llama  tiranía.  Los  cristianos  podemos  y  debemos  luchar  contra la  tiranía.  El  gobierno  actual  es  tiránico  porque  no  lo  respalda  sino  el  20% de los electores y porque sus decisiones salen de las minorías privilegiadas. Los  efectos  temporales  de  la  Iglesia  no  nos  deben  escandalizar,  la  Iglesia  es humana.  Lo  importante  es  creer  que  también  es  divina  y  que  si  nosotros  los cristianos  cumplimos  con  nuestra  obligación  de  amar  al  prójimo,  estamos fortaleciendo a la Iglesia.

Yo  he  dejado  los  deberes  y  privilegios  del  clero,  pero  no  he  dejado  de  ser sacerdote.  Creo  que  me  he  entregado  a  la  Revolución  por  amor  al  prójimo. He  dejado  de  decir  misa  para  realizar  ese  amor  al  prójimo  en  el  terreno temporal,  económico  y  social.  Cuando  mi  prójimo  no  tenga  nada  contra  mÍ, cuando  haya  realizado  la  Revolución,  volveré  a  ofrecer  la  misa  Si  Dios  me  lo permite.  Creo  que  así  sigo  el  mandato  de  Cristo:  "Si  traes  tu  ofrenda  al altar  y  allí  te  acuerdas  de  que  tu  hermano  tiene  algo  contra  ti,  deja  allí  tu ofrenda  delante  del  altar,  y  anda,  reconcíliate  primero  con  tu  hermano,  y entonces yen presenta tu ofrenda" (San Mateo. y  23-24). Después  de  la  Revolución  los  cristianos  tendremos  la  conciencia  de  que establecimos  un  sistema  que  esta  orientado  sobre  el  amor  al  prójimo.  La lucha es larga. Comencemos ya...

Por Camilo Torres

jueves, 7 de mayo de 2015

Jean Thiriart, teórico de la revolución europea



Pocos son los franceses a los que el nombre de Jean Thiriart les evoque un recuerdo. Desde 1960 a 1969, a través de la organización europea transnacional «Jeune Europe» y el mensual «La Nation Européene» promovió la primera tentativa, inigualable, de creación de un Partido Nacionalista Europeo y Revolucionario y definió claramente en sus escritos lo que forma parte de corpus doctrinal de no pocos movimientos nacionalistas de Europa

Nacido en el seno de una gran familia liberal de Lieja que tuvo grandes simpatías por la izquierda, Jean Thiriart militó primero en la “Jeune Garde Socialiste” y a la “Union Socialiste Anti-Fasciste” y durante la Segunda Guerra Mundial en la Fichte Bund (una liga seguidora del movimiento Nacional-Bolchevique del Hamburgo de los años 20) y en “Amis du Grand Reich Allemand”, una asociación que reagrupa en la Bélgica romana a antiguos elementos de la extrema-izquierda favorables a la colaboración europea, e incluso a la anexión al Reich.

Condenado a tres años de prsión después de la « Liberación », Thiriart no resuge políticamente hasta 1960 participando, durante la descolonización del Congo, en la fundación del “Comité d’action et de Défense des belgiens d’Afrique” que devino unas semanas más tarde en el «Mouvement d’Action Civique». En poco tiempo Jean Thiriart convierte este grupo poujadista en una estructura revolucionaria eficaz que -considerando que la toma del poder por la OAS en Francia sería un tremendo trampolín para la revolución europea- aportó un apoyo eficaz y sin fallo al Ejército Secreto.

Paralelamente, se organizó una reunión en Venecia en Marzo de 1962. Participando Thiriart por el MAC y Bélgica, el “Movimento Sociale Italiano” por Italia,el “Parti Socialiste de l’Empire” por Alemania y el “Mouvement de l’Union” de Oswald Mosley por Gran Bretaña. En una declaración común, estas organizaciones declararon querer fundar “Un Partido Nacional Europeo, enfocado en la idea de una Unidad Europea, que no acepta una satelización del Oeste por los EEUU y que no se rinde en la reunificación de los territorios del Este de Polonia a Bulgaria pasando por Hungría”. Pero el Partido Nacional Europeo tiene una corta existencia, los arcaicos y estrechos nacionalismos de Italianos y Alemanes hacen romper pronto sus visiones pro-europeas.

Esto, añadido al fin sin gloria de la OAS hizo reflexionar a Thiriart, que llegó a la conclusión de que la única solución estaba en la creación de un Partido Europeo Revolucionario en un frente común junto a los partidos y países opuestos al orden de Yalta.

Resultado de un trabajo iniciado a finales de 1961, el MAC se transforma en Joven Europa, organización europea que se implanta en Austria, Alemania, España, Francia, Gran Bretaña, Italia, Países Bajos, Portugal y Suiza. El nuevo movimiento está fuertemente estructurado, insiste en el entrenamiento ideológico en verdaderas escuelas de cuadros, intenta fundar una central Sindical embrionaria, el Sindicato Comunitario Europeo. Además Joven Europa pretende fundar las Brigadas Revolucionarias Europeas para empezar una lucha contra el ocupante norteamericano y busca un pulmón exterior. De ahí, los contactos con la China Comunista, Yugoslavia y Rumanía, así como Irak, Egipto y la Resistencia Palestina.

Si Jean Thiriart es reconocido como un revolucionario con el que contar – se entrevistó con Zou-En-Lai en 1966 y con Nasser en 1968 y tiene vetado el acceso a 5 países europeos- y si la aportación militar de sus militantes en el combate antisionista no es discutido -el primer europeo en caer arma en mano combatiendo el sionismo, Roger Coudroy, era miembro de Joven Europa- sus potenciales aliados se sintieron impedidos por reflejos ideológicos o asuntos diplomáticos que no les permitieron prestar a Joven Europa la asistencia material y financiera deseada. Además, después de la crisis de la descolonización, Europa se benefició de un decenio de prosperidad económica que hizo más dificil la supervivencia de un movimiento revolucionario. La prensa de la organización, primero « Joven Europa » y después « La Nación Europea » tuvo una cierta audiencia y unos colaboradores de alto nivel, entre los cuales se encontraban el escritor Pierre Gripari, el diputado de « Alpes-Maritimes » Francis Palmero, el embajador de Siria en Bruselas Selim El Yafi, el de Irak en París Nather El Omari y Tran Hoai Nam, jefe de la misión del Vietcong en Algiers así como personalidades como el líder negro Stockeley Carnichael, el coordinador del Secretariado Ejecutivo del FLN Cherif Belkacem, el Comandante If Larbi y Djambil Mendimred, ambos líderes del FLN Argelino o el predecesor de Arafat a la cabeza de la OLP, Ahmed Choukeiri aceptaron sin dificultad los ofrecimientos a entrevistas. Y el General Perón, exiliado en Madrid, declarará «Leo la nación europea con regularidad y comparto completamente sus ideas no sólo en lo referente a Europa sino a todo el mundo».

En 1969, decepcionado por el relativo fracaso de su movimiento y por el tímido apoyo internacional, Thiriart renuncia a su combate militante. A pesar de los esfuerzos de algunos de sus Ejecutivos, Joven Europa no sobrevivirá al abandono de principal Jefe. No obstante hay una reivindicación parecida a principios de los años 70, en los militantes de la Organización “Lucha del Pueblo” en Alemania, Austria, España, Francia, Italia y Suiza, en los años 80 en los equipos de la revista belga “Voluntad Europea” y en la francesa “El Partisano Europeo”, así como en la tendencia Tercerista Radical en el seno del movimiento NR francés “Troisième Voie”. Jean Thiriart saldrá del exilio político en 1991, para apoyar la creación del Frente Europeo de Liberación al cual vio como sucesor de Joven Europa. Él iba en la delegación del FEL que fue a Moscú a entrevistarse con los líderes de la oposición a Boris Yeltsin. Desafortunadamente Jean Thiriart sufrió un ataque al corazón poco después de volver a Bélgica. Dejó inacabados varios trabajos teóricos, en los que analizaba la evolución del combate anti-americano tras la desaparición de la URSS.

Inspirado por Maquiavelo y Pareto, Thiriart dijo que era un doctrinario de lo racional y rechazó las comunes clasificaciones de la política, le gustaba citar una frase de Ortega y Gasset “Ser de izquierdas o derechas es una de las infinitas maneras de las que dispone el hombre para ser imbécil, ambas son, de hecho, formas de hemiplejia moral”. El Nacionalismo que desarrolló era un acto de voluntad, el deseo común de una minoría de hacer algo. Estaba basado en consideraciones geopolíticas. Solo tienen, para él, “futuro las naciones de amplitud continental (EEUU, China, URSS), si quieres hacer grande e importante a Europa, tienes que unificarla a través de la constitución de un Partido revolucionario de tipo leninista que inicie inmediatamente la lucha por la liberación contra el ocupante Americano y sus colaboradores, los partidos del Sistema y las tropas coloniales de la OTAN. La Europa del Oeste, liberada y unificada podrá entonces entrar en negociaciones con la ex-URSS para construir el Imperio Europeo de Galway a Vladivostok capaz de resistir a la Nueva Cartago americana y el Bloque Chino y sus millones de habitantes”.

Opuesto a los modelos Federales y Confederales, así como a la «Europa de los 100 banderas», Thiriart que se definió como un «jacobino de la Gran Europa» quiso construir una Nación unitaria concebida en las bases de un Nacionalismo de integración de un extenso Imperio dando a todos sus habitantes la ciudadanía y la herencia legal y espiritual del Imperio Romano.

En el plano económico Thiriart rechaza “la economía del provecho” (capitalismo) y “la economía de la utopía” (comunismo) para abogar por “la economía del poder” que promueve el desarrollo del máximo potencial nacional. Por supuesto, en su mente la única dimensión viable a esta economía es Europa. Discípulo de Johann Gottlieb Fichte y de Friedrich List, Thiriart es partidario de “la autarquía de los grandes espacios”, así Europa saliendo del FMI y dotada de una moneda única, protegida por sólidas barreras aduaneras y velando Portu autosuficiencia podría escapar a las leyes de la economía global.

A pesar de datar de los años 60, los libros de Jean Thiriart son sorprendentemente actuales. Desde 1964 describió la desaparición del Partido ruso en Europa, más de 10 años antes del nacimiento del Eurocomunismo y aproximadamente 25 años antes de los trastornos de la Europa del Este. De la misma manera su descripción de los miles de « Quislings» americanos es todavía una realidad en Europa y ha sido mostrado recientemente en las posiciones de muchos de los políticos durante la Guerra del Golfo, los disturbios en la antigua Yugoslavia o en las últimas insurrecciones africanas. También avisó sobre la lectura del Yankee James Burnham , consejo que aún se puede seguir encontrando en el libro de éste último “Por la dominación mundial” frases como estas: “Debemos abandonar lo que queda de la doctrina de la igualdad de las Naciones. EEUU debe permanecer abiertamente como candidato a la dirección de la política mundial”.

Discutible en ciertas cosas (jacobinismo, demasiado racionalismo, etc…) no ignoramos que Thiriart permanece como uno de nuestros más grandes mentores de este Siglo. Nos corresponde a nosotros nutrir sus teorías, evaluarlas y saberlas aplicar para abordar las dificultades del año 2000.

Por Christian Bouchet

Fuente: Jean Thiriart