viernes, 30 de octubre de 2015

Entrevista a Trinidad Ledesma Ramos



«Mi hermano creía tener una
solución política para España»

Trinidad Ledesma Ramos, catedrática de Filosofía y periodista, tenía mucho que hablar de su hermano, a cuya memoria y estudio ha dedicado toda su vida. El lugar donde mantuvimos la conversación fue el despacho que siempre había ocupado Ramiro Ledesma, y que Trinidad ha mantenido igual, sin tocar nada. Sus muebles, sus libros, sus notas, su máquina de escribir... todo sigue en el mismo sitio. Antes de nada preguntamos a Trinidad si se ha contado con Ramiro Ledesma a la hora de valorar su obra y su aportación al pensamiento político nacional...

— No, por supuesto que no. Mi hermano funda las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, y ahí estaba la doctrina nacional sindicalista. José Antonio funda dos años después Falange Española. Ramiro ha sido muy mal tratado, porque no se le ha tenido en cuanta. Ya en el año 1931, en el número veintitrés de “La Conquista del Estado”, hablaba de la formación del partido, y aparecen los estatutos, que luego, en el año 1933, los revisa y se refunden. Fue mi hermano el que los presentó en la Dirección General de Seguridad, y ahí está, avalado con su firma. Ramiro, en su libro “Discurso a las Juventudes de España”, se refería a una doctrina que luchara por la paz, por la justicia social, etc., y, sin embargo, desde hace cuarenta años ¿quién se dice que fundó el nacional sindicalismo? Yo estoy intentando editar unos libros para que se sepa la verdad, pero me moriré sin conseguirlo, aunque, sobre todo, los estudiosos ya están al corriente de los hechos verdaderos.

En cuanto a autores y obras que hablen de Ramiro Ledesma y que merezcan la pena, Trinidad Ledesma nos señala la biografía de Tomás Borrás y la de Sánchez Diana, “que contaron conmigo a la hora de escribir”“También hay otros libros que es mejor no mencionar, porque han sido insultantes y no tenían nada que ver con la verdad. Durante cuarenta años se han tergiversado las cosas, pero Franco nunca ha tenido nada que ver. Él se encontró con el problema y no pudo hacer nada.”

¿Qué puede relatarnos de sus últimos momentos en la cárcel, de su probable conversión religiosa?

—Bueno, de eso yo no sé mucho. Yo iba a la cárcel a verle, pero, las cosas como son, me daba mucho miedo, estaba aterrorizada. Íbamos las mujeres a ver a nuestros familiares, porque para los hombres era más peligroso. Nos hacían ir bastante tiempo antes de que fuera la hora de visita y nos ponían en fila. Después, todos los visitantes y los presos estábamos en la misma habitación, que era muy pequeña. Fui pocas veces, porque pasó poco tiempo desde que lo detuvieron hasta que murió, en octubre. Una de las veces me dijo que iban a celebrar juicios y mi hermano el mayor se puso en contacto con un abogado, que a pesar de ser un poco de izquierdas estuvo encantado de ayudar a Ramiro, pero nunca fue a verle a la cárcel ya lo habían trasladado a otro sitio, y no pudo verle. Lo que había ocurrido es que separaron a los que iban a matar y a los que pasarían tiempo en la cárcel, pero sin peligro para su vida. En cuanto a lo de su conversión yo, la verdad, lo que sé es a través del sacerdote que estuvo con él los últimos momentos, que era el párroco de San Ginés. Ramiro era un hombre serio y muy ético, quizá demasiado ético, que heredó, como el resto de los hermanos, la educación de los padres. Eso lo sabía yo y lo confirmé en la cárcel, a pesar, como digo, del miedo que me daba.

Según va trascurriendo la conversación llegamos al punto de los estudios de Ramiro Ledesma. Con veintipocos años ya era licenciado en Filosofía y Letras, rama de filosofía, y le quedaba una asignatura para acabar Ciencias Exactas. Además, tenía un puesto para ganarse la vida en telégrafos. Antes de dedicarse a la política, sólo vivía para el estudio. Al no tener muchos medios económicos iba al Ateneo a leer todos los libros que quería. Tenía su propio círculo de amistades, todos intelectuales, y escribió varios libros de política, como “¿Fascismo en España?”, ensayo, novela (“El sello de la muerte”) y numerosos artículos y entrevistas.

Por otro lado, también tenía otras aficiones, como el cine —excepto la comedia musical—, la música —su músico preferido era Wagner— y montar en moto y esquiar.

“Era un matemático fuera de serie”, nos dice Trinidad. “Sólo sé que estudiando segundo de facultad ya escribía paraRevista de Occidente y para La Gaceta Literaria y le encargaron una entrevista con Rey Pastor, el matemático número uno, que era español aunque residía en Buenos Aires. Esa entrevista fue publicada hasta en las mejores revistas literarias de París.”

Para su hermana, Ramiro, por el que siente verdadera pasión, era un hombre serio, honesto, valiente y ético. Confiaba en la juventud española por encima de todo; porque era la única que podía salvar a España.

“Para hablar de Ramiro necesitaríamos mucho tiempo, porque en una conversación no se puede abarcar a un hombre como él. Yo he dedicado toda mi vida, dice Trinidad, a su memoria y para desmentir falsedades que se han dicho sobre él, falsedades guiadas por intereses propios.”

— Ramiro se inicia en la vida política en el año 1930, aunque no fue de forma precipitada, ya que él tenía entonces un pensamiento muy definido. Fue una sucesión debido a su madurez mental. Iba quemando etapas, e igual que pasó de la novela al estudio universitario, pasó del estudio universitario a la política. Debido a su preparación cultural tenía ya muchas claves y se daba cuenta de que España se moría, que estaba envejecida y necesitaba savia nueva. Y en vez de haber hecho lo que otros, seguir con sus libros y con su filosofía, quiso poner en práctica sus conocimientos al servicio de España. Lo dejó todo, sabiendo el peligro que corría, pero no tuvo miedo nunca. Como ejemplo basta mencionar el periódico que fundo “La Conquista del Estado”, cuyos titulares eran un verdadero móvil para la población. Tenía artículos —que guardo todavía— a favor de la lucha contra el marxismo. Parecen escritos para una situación como la actual. Ramiro como intelectual tenía todas las puertas abiertas para ser una primera figura mundial, incluso en filosofía ya tenía una selección de textos que iban a constituir como un manifiesto, pero lo dejó todo, porque creía tener una solución política para España. Y así fue hasta el último momento, porque cuando la situación se puso mal, mi hermano mayor le dijo que se refugiase en una embajada, como hacían otros, pero él dijo: “Yo he dirigido un movimiento de este tipo para salvar a España, dando la cara, y  no me puedo esconder”.Entonces fue detenido junto a mi hermano mayor por donde estaba el Parque de Bomberos, un 1º de agosto. Después vino la cárcel y su muerte, que fue como su vida, una valentía que no todos tienen. Está enterrado en Aravaca y le voy a decir una cosa: desde el día de la liberación no le ha faltado una corona de laurel de un grupo de jóvenes que no le olvidaron. A su muerte, Ortega y Gasset, que estaba en París y le afectó mucho, dijo: “No han matado a un hombre, han matado un pensamiento”.



[Entrevista realizada por Pilar González Peña a Trinidad Ledesma Ramos, publicada en la revista Fuerza Nueva, nº 850, Madrid, 1 al 15 de octubre de 1983, p. 29 - 31]

martes, 20 de octubre de 2015

Vientos del pueblo



Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.

No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra:
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas. 

                                                                                        Por Miguel Hernández

viernes, 2 de octubre de 2015

El sentido social del Fascismo




Hasta ahora que ha llegado la República a España, para seguir despertando a España –tras el clarinazo de la Dictadura– de una modorra casi secular, ha sido difícil y peligroso hablar en serio del Fascismo entre nosotros.

Los interesados en mantener el equívoco –y son muchos en España– habían hecho creer a las buenas gentes que el Fascismo significaba algo negativo, reaccionario, capitalista, monárquico, clerical y tiránico del pueblo. Habían hecho creer a nuestras buenas gentes –y son muchas en España– que el Fascismo era algo así como un pronunciamiento a lo siglo XIX.

Pero las cosas se han precipitado de tal modo que en el ambiente español –y en el ambiente europeo– que la palabra «Fascismo» va teniendo un nuevo sentido, un nuevo sentido salvador, positivo, social y universal.

Hoy Europa –y el mundo– están divididos en tres campos de lucha: el «campo comunista», que desea arrasar con su avalancha, oriental y bárbara, toda una civilización secular, hecha entre lágrimas, heroísmos y sangre; el «campo liberal socialdemócrata», que con sus anticuados órganos de Gobierno (Parlamento, sufragio universal) quiere por un lado contener inútilmente el cataclismo, y por otro, instaurar un iluso equilibrio de fuerzas sociales, a base del mito de «la libertad individual». Y por último, el «campo fascista», que aceptando las masas sociales y los procedimientos de acción directa propios del comunismo, salva con ellos cierta autonomía individual, salva esencias imponderables de la civilización europea, y organiza de nuevo el mundo en una paz equilibrada, en una armonía de Capital y de Trabajo, en un sentido corporativo del Estado.

Frente al «Comunismo», que todo lo quiere para la «Masa» («todo el poder para el Soviet»), y frente al «Liberalismo», que todo lo quiere para el «individuo», llega el «Fascismo», para integrar estos dos factores en un único cuerpo o «Corporación». La derecha y la izquierda sirven en el Fascismo a un solo cuerpo: «el Estado.» Lo mismo que en el hombre, la derecha y la izquierda le sirven para la lucha del cuerpo y del alma.

Roma, otra vez en la historia, ha resuelto la gran ecuación social. Como en tiempos de César, de San Pablo, de Constantino, de San Agustín, de Santo Tomás, de Campanella, de San Ignacio.

Mussolini tiene ese sentido profundo en la nueva historia del mundo. Siendo socialista, marxista, aportó en su movimiento el «genio de Oriente», comunista, y admitió las masas al Poder. Pero siendo también europeo, aceptó la función de la «iniciativa privada», del capital, y la libertad, para que las masas pudieran moverse.

Es hora ya de decir que el Fascismo, consecuencia de la Revolución rusa, es el triunfo de lo social: nacionalizado, universalizado, racionalizado.

Ni Oriente ni Occidente, sino lo universal, lo ecuménico. Ni Moscú ni Ginebra: Roma.

Por eso los que visitan Italia, tras diez años de este régimen tan nuevo y tan antiguo, tan moderno y tan tradicional, observan que el secreto y el sentido del Fascismo es «fundamentalmente social».

El Capital no ha sido aplastado por la Masa. Sino controlado por el Estado, para que sirva a la Masa, a los humildes. El trabajador en el régimen fascista, lo es todo. Es el auténtico régimen de los «trabajadores». Los trabajadores en el Fascismo han ascendido a primera clase social. Todo está en el Fascismo, en vista de la producción nacional.

Y el trabajador, ascendido a primate histórico, ha dejado de ser proletario. Y es patriota, y es espiritual, y siente ansias nobles de expansión y de dominio, de gloria.

La Historia se repite porque es siempre la misma. Antiguamente se decía: «Todos los caminos llevan a Roma.» Hoy lo podemos repetir. Sobre todo, los pueblos que nacimos del genio romano. Y es porque Roma, con el Fascismo, ha encontrado de nuevo la «solución de la Historia», la salvación de Europa, el «sentido de lo social». 

Por Ernesto Giménez Caballero